Buenas noches chic@s!!
Perdonad que estas últimas semanas no suba entrada con tanta asiduidad, pero tengo bastante frentes abiertos de trabajo y asuntos personales que abarcar, y con el poquito tiempo libre que cuento… se hace complicado.
No obstante, hoy os traigo la segunda parte de las entradas referentes a New York, donde colaboro con mi amigo Diego Mardones.
Seguimos nuestro «continuará…»
Cuando me vine a New York, la idea que tenía en la cabeza debido a mi anterior estancia de visita, era la de un sitio extremadamente caluroso en verano y también algo frío en invierno, aunque no excesivamente, lo cual ayudó a que mis maletas pesasen considerablemente menos de lo que deberían haber pesado. Sólo ha hecho falta una semana para que esa idea se viniese abajo y un mes para que me diese cuenta de que Canadá esta preocupantemente cerca… La visita de Hércules y sus titánicas nevadas combinadas con otro segundo temporal que sufrimos en estos últimos mesesm han reforzado mi percepción de esta urbe como la ciudad de los contrastes por antonomasia. No existe el término medio, es el todo o el nada. Exponerte a los 5 grados de temperatura Farenheit, no Celsius, a orillas del río Hudson o del East River hacen que te des cuenta de que no estarías esos 10 o 15 minutos en la calle viendo nevar si no fuese Nueva York, y que la belleza de ver a este gigante cubierto de nieve dormitando por instantes de ese bullicio continuo, te hace olvidarte del frío punzante que amenaza con detener el tiempo.
En medio de esta sucesión de temperaturas que no se habían dignado en visitar New York en 80 años y que aguardaron a mi llegada, cualquier escenario en el que el sol se atrevía a asomar entre los rascacielos era bien recibido. De este modo, uno se lleva gratas sorpresas al realizar el primer paseo de rigor por la zona que le rodea aprovechando ese pequeño respiro que le dan las inclemencias temporales. Y Roosevelt Island no iba a ser menos…
La isla donde resido, que debe su nombre al trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, es una alargada mancha en el East River de dos millas de longitud y únicamente 800 pies (250 metros) de anchura y pertenece al borough de Manhattan. La primera vez que llegué a ella en la línea F del metro buscando un lugar intermedio entre Manhattan y mi trabajo en Queens, me sentí profundamente maravillado por su disposición. Frank Lloyd Wright sostenía en uno de sus discursos llenos de sentido común que cuando alguien llega a un sitio especial la tendencia natural es instalarse en él, pero sin embargo es mucho más inteligente hacerse a un lado para poder contemplarlo; no podría estar más de acuerdo… Su privilegiada situación a modo de mirador del Midtown y el Upper East Side con el Queensboro Bridge como lazo de unión es difícil de encontrar tanto para los turistas como para los neoyorquinos de toda la vida. La otrora isla de presos de Manhattan, que otro día describiré con más detalle, ofrece un recorrido a lo largo de su mirador a ambos lados del río tanto para paseos relajados como para ciclistas intrépidos, coronado por un precioso faro en su parte norte y un parque todavía en construcción en su parte meridional que hará las delicias de cualquier amante de la fotografía.
Sin duda hay millones de sitios y anécdotas que contar sobre esta ciudad y más concretamente sobre el punto de vista personal de lo que es vivir en NYC, que es lo que yo quiero transmitir con estas líneas, pero todo eso ya lo iré desgranando en futuras semanas. La «ciudad que nunca duerme» no descansa y yo tampoco, así que os iré mostrando mis avances y mis experiencias adquiridas en estos meses y espero que os sirvan para conocer cómo vivimos los españoles en esta ciudad, con sus cosas buenas, menos buenas… Y poco más que añadir, la realidad siempre supera a la ficción, pero qué se yo, sólo soy un simple arquitecto en Nueva York…
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Mientras disfrutáis de la vista, me despido como siempre.
Nos leemos!!
Besos!!
Sara